Estamos condenados a imaginar.
Nunca conocemos realmente al otro. Lo que conocemos es una idea que tenemos de él, impresiones, sentimientos que nos inspira, palabras con las que lo explicamos. La única prueba que tenemos de la realidad del otro o de la nuestra propia incluso es que se siente real, que tiene que ser real, porque si no, ¿qué es real?
Y es imposible que nada que conozcamos nazca de otra cosa que nuestra imaginación. Uno puede pensar que el teclado está ahí y los dedos aprietan teclas y todo, pero al final son mis sentidos los que me dicen que eso pasa así, y mis recuerdos los que me permiten confirmar que así pasó. Todo es real porque en nuestra mente se asume como real.
Y si todo pasa en nuestra mente, e incluso nuestra mente puede ser una ficción, entonces es fácil pensar que estamos condenados a imaginar. Toda realidad es imaginada.
Y entonces viene la elección: ¿qué ficción es la que elegís como la verdad, como lo real? ¿La de tus sueños, la de tus ensueños, la de tu vigilia? ¿La que duele, huele, se ve y se piensa más consistente? ¿Cuál es el criterio según el que juzgamos su consistencia?
Así que, les cuento, yo elegí la realidad que se consensa real: aquella en la que existen animales, plantas, átomos, el hombre fue a la luna, Estados Unidos es la potencia mundial más escalofriante del momento, hay guerras y matanzas conviviendo con movimientos de paz, y el televisor e internet nos dejan informarnos de aquello que no podemos percibir con nuestros propios sentidos. Un mundo que me precede y me sobrevivirá, un mundo que me excede tanto que soy menos que una infinitésima parte de él, pero importo porque, justamente, soy parte de él.
La elegí porque tenía que elegir una. Nunca me planteé por qué la quería elegir, simplemente me dejé llevar. En vez de tomar una decisión estratégica, hice un salto de fe. Y ahora estoy demasiado metido como para entender qué tengo que hacer para tomar esa decisión de nuevo y pensarla más.
Mi perspectiva, entonces, es antropocéntrica, intenta ser racional en última instancia pero se conforma con meros rumores y (otras) ficciones para entender la dinámica de la realidad que elegí, y aún me queda decidir qué concepción de "sujeto" voy a adoptar. Por el momento me contenté con una individualista, en la que el otro es importante porque es "otro como yo", no porque sea parte de lo mismo que yo soy parte, pero eso puede cambiar, y creo que está cambiando.
Y entonces vuelvo a preguntarme qué carajos puede ser eso que pienso "sujeto". ¿Qué lo constituye? ¿Cómo el sujeto adopta una identidad? ¿Qué lo motiva a tomar decisiones, a actuar? Cuando actúa, ¿adopta un papel o se convierte en un papel? ¿Cuál de las alternativas es más deseable, y por qué?
Y recuerdo una conclusión a la que llegué hace ya un tiempo: lo que nos mueve son dos impulsos, la curiosidad y el miedo. No me gusta no poder reducirlo más que a estas dos ideas: la de buscar entender, apropiarse de lo externo, aún saliendo de la zona de confort, y la que busca evitar los cambios, conservar un estado de cosas que ya es cómodo. Podemos llamar a estas cosas "voluntad de poder" y "esperanza", por ejemplo, si queremos pedirle prestadas sus ideas a Nietzsche, y tergiversarlas un tanto.
Pero también recuerdo una charla que tuve con una amiga (una de las pocas charlas realmente interesantes que tuve con ella) acerca de qué hay por debajo, por detrás, o por donde sea de estos dos conceptos, y llegué a la idea del equilibrio.
El sujeto, entonces, busca el equilibrio. Los estímulos (externos o internos) quiebran el equilibrio, y ante ese quiebre el sujeto busca resarsirlo. Para ello tiene dos metodologías, que ahora sí vendrían a ser la curiosidad y el miedo. El miedo busca volver al equilibrio anterior, y la curiosidad busca construir un nuevo equilibrio aprehendiendo la causa del estímulo para internalizarla, para hacerla parte de su identidad y que no pueda romper dicho equilibrio en el futuro.
En otras palabras, está el camino del aprendizaje, el camino del héroe, y por otro lado el camino de la negación, el camino del antihéroe.
El aprendizaje forma nuestro entendimiento del mundo (que, dados los presupuestos que esbocé al principio, es otra forma de decir que forma el mundo directamente) y permite encontrar cada vez equilibrios más estables, más fuertes, más calmos. Es un movimiento cualitativo, que crea nuevos rituales, nuevos valores, nuevos criterios, nuevos entendimientos, nuevos vínculos. No por ser nuevos son buenos o malos, pero si son malos es cuestión de aprender de los errores y volver a movernos cualitativamente hasta llegar a un equilibrio que sí sea bueno.
La negación (curioso que justo elegí una palabra de género masculino como positiva y otra de género femenino como negativa, ¿es culpa del idioma que uso o de mis propias concepciones corruptas desde mi propio entender?), por su parte, busca deshacer el desequilibrio negándolo, como si negarlo lo hiciera desaparecer, hiciera que nunca hubiera ocurrido. Repite rituales y formas que le recuerdan su identidad anterior, aquella equilibrada, aquella que ahora está rota y sigue un camino circular, o más bien, espiralado, de afuera hacia adentro o de adentro hacia afuera, no importa. No importa la dirección porque en cualquier caso sigue en el mismo plano de repeticiones, que consolidan cada vez más el estado penoso de desequilibrio como natural, y así deforman la conciencia para que crea este estado como deseable, cómodo, positivo, o diciendo y reiterando "las cosas simplemente son como son". Eventualmente, estas contradicciones generan "daño cerebral", por llamarlo de alguna manera, y la respuesta a eso suele ser agresiva, tanática, tanto para con uno mismo como para con aquello que se piensa o identifica como "otredad".
Y eso que el psicoanálisis reduciría ese último párrafo a "tuviste un trauma de chico relacionado con tu sexualidad, superalo y vas a vivir mejor". O, en palabras de un cínico amigo mío: "la tenés chiquita o la querés adentro, y por eso sos tan forro".
Supongo también que podría haber un camino que no estoy viendo, que no sea ni curiosidad ni miedo, que no sea aprender ni negar. Si ustedes lo ven, lo piensan, lo conocen, haganmelo saber, :).
Nunca conocemos realmente al otro. Lo que conocemos es una idea que tenemos de él, impresiones, sentimientos que nos inspira, palabras con las que lo explicamos. La única prueba que tenemos de la realidad del otro o de la nuestra propia incluso es que se siente real, que tiene que ser real, porque si no, ¿qué es real?
Y es imposible que nada que conozcamos nazca de otra cosa que nuestra imaginación. Uno puede pensar que el teclado está ahí y los dedos aprietan teclas y todo, pero al final son mis sentidos los que me dicen que eso pasa así, y mis recuerdos los que me permiten confirmar que así pasó. Todo es real porque en nuestra mente se asume como real.
Y si todo pasa en nuestra mente, e incluso nuestra mente puede ser una ficción, entonces es fácil pensar que estamos condenados a imaginar. Toda realidad es imaginada.
Y entonces viene la elección: ¿qué ficción es la que elegís como la verdad, como lo real? ¿La de tus sueños, la de tus ensueños, la de tu vigilia? ¿La que duele, huele, se ve y se piensa más consistente? ¿Cuál es el criterio según el que juzgamos su consistencia?
Así que, les cuento, yo elegí la realidad que se consensa real: aquella en la que existen animales, plantas, átomos, el hombre fue a la luna, Estados Unidos es la potencia mundial más escalofriante del momento, hay guerras y matanzas conviviendo con movimientos de paz, y el televisor e internet nos dejan informarnos de aquello que no podemos percibir con nuestros propios sentidos. Un mundo que me precede y me sobrevivirá, un mundo que me excede tanto que soy menos que una infinitésima parte de él, pero importo porque, justamente, soy parte de él.
La elegí porque tenía que elegir una. Nunca me planteé por qué la quería elegir, simplemente me dejé llevar. En vez de tomar una decisión estratégica, hice un salto de fe. Y ahora estoy demasiado metido como para entender qué tengo que hacer para tomar esa decisión de nuevo y pensarla más.
Mi perspectiva, entonces, es antropocéntrica, intenta ser racional en última instancia pero se conforma con meros rumores y (otras) ficciones para entender la dinámica de la realidad que elegí, y aún me queda decidir qué concepción de "sujeto" voy a adoptar. Por el momento me contenté con una individualista, en la que el otro es importante porque es "otro como yo", no porque sea parte de lo mismo que yo soy parte, pero eso puede cambiar, y creo que está cambiando.
Y entonces vuelvo a preguntarme qué carajos puede ser eso que pienso "sujeto". ¿Qué lo constituye? ¿Cómo el sujeto adopta una identidad? ¿Qué lo motiva a tomar decisiones, a actuar? Cuando actúa, ¿adopta un papel o se convierte en un papel? ¿Cuál de las alternativas es más deseable, y por qué?
Y recuerdo una conclusión a la que llegué hace ya un tiempo: lo que nos mueve son dos impulsos, la curiosidad y el miedo. No me gusta no poder reducirlo más que a estas dos ideas: la de buscar entender, apropiarse de lo externo, aún saliendo de la zona de confort, y la que busca evitar los cambios, conservar un estado de cosas que ya es cómodo. Podemos llamar a estas cosas "voluntad de poder" y "esperanza", por ejemplo, si queremos pedirle prestadas sus ideas a Nietzsche, y tergiversarlas un tanto.
Pero también recuerdo una charla que tuve con una amiga (una de las pocas charlas realmente interesantes que tuve con ella) acerca de qué hay por debajo, por detrás, o por donde sea de estos dos conceptos, y llegué a la idea del equilibrio.
El sujeto, entonces, busca el equilibrio. Los estímulos (externos o internos) quiebran el equilibrio, y ante ese quiebre el sujeto busca resarsirlo. Para ello tiene dos metodologías, que ahora sí vendrían a ser la curiosidad y el miedo. El miedo busca volver al equilibrio anterior, y la curiosidad busca construir un nuevo equilibrio aprehendiendo la causa del estímulo para internalizarla, para hacerla parte de su identidad y que no pueda romper dicho equilibrio en el futuro.
En otras palabras, está el camino del aprendizaje, el camino del héroe, y por otro lado el camino de la negación, el camino del antihéroe.
El aprendizaje forma nuestro entendimiento del mundo (que, dados los presupuestos que esbocé al principio, es otra forma de decir que forma el mundo directamente) y permite encontrar cada vez equilibrios más estables, más fuertes, más calmos. Es un movimiento cualitativo, que crea nuevos rituales, nuevos valores, nuevos criterios, nuevos entendimientos, nuevos vínculos. No por ser nuevos son buenos o malos, pero si son malos es cuestión de aprender de los errores y volver a movernos cualitativamente hasta llegar a un equilibrio que sí sea bueno.
La negación (curioso que justo elegí una palabra de género masculino como positiva y otra de género femenino como negativa, ¿es culpa del idioma que uso o de mis propias concepciones corruptas desde mi propio entender?), por su parte, busca deshacer el desequilibrio negándolo, como si negarlo lo hiciera desaparecer, hiciera que nunca hubiera ocurrido. Repite rituales y formas que le recuerdan su identidad anterior, aquella equilibrada, aquella que ahora está rota y sigue un camino circular, o más bien, espiralado, de afuera hacia adentro o de adentro hacia afuera, no importa. No importa la dirección porque en cualquier caso sigue en el mismo plano de repeticiones, que consolidan cada vez más el estado penoso de desequilibrio como natural, y así deforman la conciencia para que crea este estado como deseable, cómodo, positivo, o diciendo y reiterando "las cosas simplemente son como son". Eventualmente, estas contradicciones generan "daño cerebral", por llamarlo de alguna manera, y la respuesta a eso suele ser agresiva, tanática, tanto para con uno mismo como para con aquello que se piensa o identifica como "otredad".
Y eso que el psicoanálisis reduciría ese último párrafo a "tuviste un trauma de chico relacionado con tu sexualidad, superalo y vas a vivir mejor". O, en palabras de un cínico amigo mío: "la tenés chiquita o la querés adentro, y por eso sos tan forro".
Supongo también que podría haber un camino que no estoy viendo, que no sea ni curiosidad ni miedo, que no sea aprender ni negar. Si ustedes lo ven, lo piensan, lo conocen, haganmelo saber, :).