Aquí estoy, y me hago el infeliz. Aquí veo la sangre correr por mis ojos, como deberían hacerlo las lágrimas. Y es que matar para morir no es una buena causa, sobre todo si ya has muerto. Situación:
Amor u obsesión, no correspondidos. Duda de ambas. Triste tragedia inventada. Muerte por suicidio… no, no vale la pena. Matar para morir… no, ¿por qué otro debe sufrir por mí? Bien, debo admitir que eso me gustaría, para variar.
Sí, las personas que me quieren de verdad sufren. Pero las personas que yo quiero que me quieran, que necesito que me quieran, no. Bueno, sufren, pero no por mí, sino a causa mía. Ahora que lo pienso, si mato para morir también morirán a causa mía, no por mí.
Existe, pues, el altruismo. Era lo anterior una pregunta. Ídem.
Bueno, entre todo esto, me matan. Muero lentamente, fue un accidente. Pero en realidad sigo vivo. Bueno, eso dicen, uno muere cuando lo olvidan, nomás.
Ver las caras de nadie, y recordar sólo a Odiseo, ver la cara de Odiseo pero no recordar la cara de nadie. Polifemo me tacha de confucionista ahora. Pero no sabe quién fue Confucio.
Buda, Zoroastro, Narithorek, Lord Ga, Nargosiprenk: todos parte de ella, ella parte de mí. Yo, nada. Yo, Dios.
Poder es lo que tienen los dioses. Foucault: “nosotros les damos el poder a quién lo ejerce sobre nosotros, así como él debe ser ejercido gracias a nosotros”.
Nietzche: “Amo a Jesús más que a Wagner, os lo aseguro”.
Valitutti: “Yo fui profesor, pero ante todo, un hobbit con habilidad tolkieniana”.